Hace 150 años un catedrático de Oxford llamado Charles Lutwidge Dodgson disfrutaba contándole historias a tres niñas -eran las hijas del decano de su universidad; y una de ellas, Alice Liddell– con las que iba con frecuencia a hacer picnics y de vacaciones, paseos en barca por el río Támesis. Un buen día, la pequeña de ellas, de diez años, le pidió que pusiese por escrito uno de los cuentos. El obediente y humilde Lutwidge no pudo decir no. De hecho se lo tomó muy en serio y pasó dos años escribiendo un impoluto manuscrito con más de una treintena de ilustraciones que él mismo dibujó.
A muchos esta historia podrá no sonarles de nada, pues el escritor es conocido mundialmente bajo su seudónimo, fruto de un juego con su nombre original que termina transformándose en Lewis Carroll. El cuento no es otro que Alicia en el país de las maravillas y ahora la Biblioteca Británica en Londres celebra por todo lo alto una exposición para conmemorar el 150º aniversario de la publicación de este relato que cambió por completo el concepto de literatura infantil, que se abría a la posibilidad de ser divertida y a la vez pedagógica.